domingo, 27 de marzo de 2011

Fotos

¿Por qué todo el mundo está tan pendiente de hacer fotos y grabar vídeos? Queremos capturar el momento en el que vivimos para poder evocarlo más tarde, para poder recordar las mismas sensaciones una y otra vez. Pero si estamos pendientes de enfocar la cámara o el móvil, pocas sensaciones podemos tener. Cuando asistimos a algo especial, lo principal debería ser la situación, no cómo capturarla. 

Antes se valoraban más los álbumes de fotos. No se hacían fotos tan frecuentemente como ahora, ni se podían hacer con la misma facilidad. Las fotos tenían algo especial. Recuerdo que de pequeño me sentía ridículo cuando me hacían una foto. Era una situación artificial, porque me obligaban a hacer dos cosas: quedarte quieto y sonreír. Uno no se queda quieto como una estatua en su vida cotidiana, no nos paralizamos cuando vamos del comedor al baño, ni tampoco mantenemos congelada la sonrisa sin motivo en medio de la calle. Además, ¿por qué fingir que somos felices en cada foto? Si realmente lo que queremos es capturar la vida o un instante de ella, si tan realistas somos, ¿por qué no capturar la tristeza, la soledad, la imperfección, el aburrimiento? 

La cámara fotográfica perfecta debería ser aquella que capta un momento al azar, inesperadamente, sin preparaciones, ni filtros que embellezcan. Odio las fotos teatrales, los efectos exagerados para amoldar la realidad a nuestro gusto. Odio los encuadres perfectos, las líneas rectas, las simetrías. Son hermosamente frías, aburridas.

¿Por qué es mejor encuadrar bien? ¿Porque se captan más cosas? ¿Porque podré evocar más recuerdos? ¿Acaso nuestros ojos encuadran bien a cada instante? Más bien al contrario.

La cámara fotográfica perfecta debería ser capaz de almacenar el frío que sentíamos cuando hicimos determinada foto, o lo que pasaba por mi mente cuando apreté el botón de disparo. La cámara fotográfica perfecta debería hacer fotos de nuestra vida sin que nos diéramos cuenta. Debería ser una especie de detective privado que, en nuestra vejez, nos visitara, ataviado con una gabardina, y nos diera un sobre con no más de cien fotos de instantes aleatorios de nuestra vida. Seguro que esas fotos tendrían muchísimo más valor que las que tomamos conscientemente, porque no están preparadas, porque no sabemos nada de ellas.

Y toda esa gente -entre los que me incluyo- ¿realmente más tarde mira a menudo las fotos? Les debe faltar tiempo, si tantas fotos hacen. Es una especie de Diógenes de la imagen: lo importante es almacenar fotos, cuantas más mejor, da igual la utilidad que tengan. Hagamos una foto porque hay que hacerla, porque todo el mundo la hace, porque quiero que todos vean lo feliz que soy, porque quiero recordar esta misma alegría hueca dentro de un tiempo.

¿Y qué si no recordamos con todo detalle las cosas? Aunque ahora que lo pienso, ¿qué es este blog sino una foto hecha con letras? Pues nada, se acabó la foto. ¡Fuera quietud, fuera sonrisa! Posa como quieras, o mejor no poses. Pasa de largo, y recuérdame o no.

martes, 1 de marzo de 2011

Las Tres Gracias

Pasa el tiempo y uno siente que lo mejor de sí mismo cuando era adolescente todavía lo conserva, exactamente igual, pero sepultado por capas y capas de experiencias que no han hecho sino que nos reafirmemos... 

Y lo peor de sí mismo todavía está ahí, y no sólo eso, sino que coincide precisamente con lo mejor, y esa coincidencia a veces nos produce un terror paralizante, que curiosamente a su vez es similar a un miedo infantil... pero otras veces da una increíble seguridad, que apacigua y reconforta... es como mirar al mar, a veces te asusta, a veces te calma...

El mar... siempre el mar... ¿Por qué? Porque en días como éste y en noches como aquella, uno quisiera sumergirse, ser sepultado por el agua, y que una sirena de largos cabellos le abrazara, y suplicarle con la mirada: "Llévame contigo hasta lo más hondo, lejos de la superficie, donde nadie me pueda alcanzar... dame sólo tu abrazo, que el agua invada mis entrañas y me impida respirar, y que no sepas si aprieto con mis dedos tu espalda porque te quiero, porque te suplico la vida, o porque me estoy ahogando y entonces me invade la muerte".

Y cuando uno alcanza ese fondo marino, duerme eternamente abrazado a ella... en ese tipo de abrazo, tan necesario, que se produce cuando alguien que te ve te está mirando a ti directamente, no a una imagen de otra persona proyectada en ti, ni -peor aún- a una imagen de sí  mismo proyectada en ti, ni -¡más terrible aún!- a un complemento de sí mismo, una fría y mecánica pieza (externa) necesaria para sentirse mejor (internamente). 

Escribo estas líneas junto a un espejo. De vez en cuando me miro en él,  y contemplo mi mirada, fría e inquisidora. Enfrente mío está el papel, que es otra suerte de espejo, y detrás mío, mi propia sombra, el antiespejo. Somos cuatro: mi reflejo, mi espíritu, mi sombra, yo.... los tres primeros alrededor mío... y pese a ser cuatro, la imagen mental que tengo de esta escena, la pintura que sin pedirla ni invocarla ha venido a mi mente, colándose rapidísimamente, es la de las Tres Gracias que aparecen danzando en "La Primavera", de Botticelli...


Las Tres Gracias…en perfecto círculo, en equilibrado contraste... una pareja de manos alzada por encima de sus cabezas, como brindando con un néctar invisible…otra pareja de manos bajada tras sus espaldas, como apartando o desechando el pasado... y una tercera entre las dos, balanceando las posiciones… miradas elevadas, miradas tensas, miradas perdidas... ¿celebran algo o se protegen de algún peligro? ¿Danzan alegres  o se pelean furiosas? 

Servidoras de Venus, las Tres Gracias, dedicadas a una graciosa danza, están representadas como tres jóvenes casi desnudas y luciendo peinados elaborados diversos. El cabello suelto sólo podían llevarlo las jóvenes solteras. Se las ha llamado Gracias porque de esa forma, danzando en corro, se las representó en el arte grecorromano. Como otros de los personajes del cuadro, las Gracias parecen ser retratos de personas existentes en la época y conocidas del pintor: por ejemplo, la Gracia de la derecha es Caterina Sforza, que Botticelli retrató como Santa Catalina de Alejandría (siempre de perfil) en el cuadro conservado en el Museo Lindenau de Altenburg (Alemania). La del medio debe ser Semiramide Appiani, mujer de Lorenzo il Popolano, el cual a su vez estaría representado como Mercurio, hacia el que mira Semiramide. La de la izquierda sería Simonetta Vespucci, prototipo de belleza botticelliana.

La hipótesis más acreditada referente a las tres jóvenes que bailan es que la de la izquierda, de cabellos rebeldes, es la Voluptuosidad (Voluptas), la central, de mirada melancólica y de actitud introvertida, es la Castidad (Castitas), y la de la derecha, con un collar que sostiene un elegante y precioso colgante, y un velo sutil que le cubre los cabellos, es la Belleza (Pulchritudo).

Pero ellas eran tres, y aquí somos cuatro... ¿quién sobra, pues? ¿Sobra el reflejo de uno mismo, nuestra proyección, la imagen que los demás tienen de uno? ¿Sobra el espíritu, el arma más valiosa, el verdadero ser, que curiosamente siempre acaba uno encontrándolo jugando fuera de uno mismo? ¿Sobra la sombra, el extraño motor de la vida, esa parte oscura de la que uno huye sin parar, y que sin embargo muchas veces nos hace reaccionar y no nos deja consumirnos? ¿Sobra uno mismo? A lo mejor hay un cuarto personaje en medio del corro, invisible, y ese cuarto elemento es precisamente uno mismo... ¿Bailan alrededor de uno o le encierran en el círculo? ¿Le atacan o le están protegiendo? ¿Estrechan el círculo o lo amplían? 

Sigo leyendo acerca del cuadro...

En los siglos XVII y XVIII se le llamó "El jardín de las Hespérides", creyendo que se representaba dicho lugar, con la manzana de oro, y pudiendo ser las tres jóvenes que bailan las hijas del gigante Atlas, que vigila el jardín... Otras interpretaciones identifican la figura de la ropa florida como Florentia, nombre clásico de la ciudad de Florencia. En este caso, también las otras figuras serían ciudades ligadas de forma diversa a Florencia, como Milán (Mercurio),  Roma (Cupido), Pisa, Nápoles y Génova (las tres Gracias), Venecia y Bolzano (Cloris y Céfiro/Bóreas)... Si por lo tanto Florencia fuera realmente Venus, el personaje de la ropa floreada sería entonces Mayo y representaría a Mantua.

Miro sus manos, la grácil forma de sus brazos, la silueta de las tres figuras entrelazadas... Trazo una línea con mi dedo, recorriendo esas manos y esos brazos unidos unos con otros... Pisa, Nápoles y Génova... vuelvo a recorrer esa forma sin inicio ni final una y otra vez... Voluptas, Castitas y Pulchritudo... esa silueta me resulta familiar... Caterina, Semiramide y Simonetta… esa forma es una letra.... contemplo el resto de la pintura... miro los brazos de las otras figuras...sus expresivos movimientos... sus misteriosas posiciones.... cierro los ojos y visualizo en mi mente sólo las partes de sus cuerpos que se mueven... y entonces empiezo a entender el mensaje....


Skyros.... Esciros... isla griega... una de las Espóradas... donde se halla uno de los diecinueve montes llamados Olimpo que hay repartidos por toda Grecia...

Según la mitología, Skyros fue el refugio de Aquiles, héroe de Troya, cuya madre, Tetis, lo escondió allí vestido de mujer entre las hijas del rey Licomedes, para evitar su marcha a Troya. Se dice también que en este lugar murió el rey de Atenas, Teseo. Skyros en su mitad se convierte en un estrecho istmo que divide la isla en dos, la norte, más poblada y frondosa, y la sur, montañosa y árida. Destaca por la arquitectura tradicional, su rica tradición folklórica y la gran alternancia de paisajes, de grandes playas arenosas, rocas escarpadas, calas pintorescas, cuevas marinas con aguas cristalinas, una naturaleza exuberante y localidades históricas.

Quizá todos somos como Skyros, mitad alegres, mitad tristes… Siempre rodeados por los brazos del mar… Y sobre la arena bailan las Tres Gracias entrelazadas, más una cuarta figura invisible, pero tan real como las demás... quizá el cuarto es uno mismo escapándose del abrazo de esa sirena que nos ayuda a morir para estar vivos, y nos empuja en el último momento hacia la superficie, para aparecer desnudo junto a las costas de Skyros…

El miedo a veces nos asusta simplemente por su posibilidad, o por tendencia, no porque suceda algo real. Es en esos casos cuando se actúa con una fuerza especial, por prevención, para que algo imaginado no suceda, porque está en nuestras manos evitarlo. Es necesario compensar la siempre vaga y lejana idea de la muerte con el nunca suficientemente valorado hecho de estar vivos. Y es la incertidumbre y la confusión quienes precisamente aportan, al menos inicialmente, más claridad, más firmeza en la acción, el valor de respirar una y otra vez automáticamente, durante siglos si es preciso. 

El miedo es un espejo, un espíritu y una sombra, todo a la vez, que nos envuelve en su narcótico baile y nos transporta a una lejana isla perdida, de la que únicamente podremos escapar con la ayuda de una misteriosa sirena...