martes, 13 de marzo de 2012

La soledad del corredor de fondo



Cuando salgo a correr, a veces imagino que llevo sobre los hombros todo el peso del cielo, de las nubes. Que puedo caminar hacia el horizonte, y que, como buen corredor, debo marcarme cada vez una meta más lejana, y qué mejor que ponerse el inalcanzable horizonte como objetivo final, como destino único de todas mis carreras. Nunca llegaré a la meta, jamás conseguiré ganar a la noche y llegar antes que la oscuridad a la puesta del sol, pero no es lo importante, lo único relevante es que otro día más habré disfrutado corriendo.

En otras ocasiones, intento no escuchar el latido de mi corazón y dejar que sea el ritmo de mis pasos los que marquen mi vida en ese momento. Es como si entonces la parte más importante de mi cuerpo fueran mis piernas, las que me llevan de un lado a otro en forma de pequeños pasos. Corriendo se aprende a superar los obstáculos de la vida, porque quien pretenda superarlos de golpe (o dicho de otra forma, quien se hunde y considera imposible resolver sus problemas de golpe, quien quiere llegar a la meta al instante) está condenado a fracasar. Como también lo está quien todo lo mide según criterios de éxito o fracaso, dicho sea de paso. Lo importante es moverse, intentarlo, levantarse una y otra vez, dar otro paso más en compañía del último sol. O quizá todos los corredores tenemos en común que no sabemos si corremos porque nos persigue nuestro yo de ayer, nuestra versión antigua de hace unos días que salió a correr por el mismo lugar a la misma hora, o si quizá estamos persiguiendo a nuestro yo futuro que volverá a realizar otra vez la misma carrera mañana y pasado. Lo mejor de todo es que en realidad nada de eso importa, sólo importa dar un paso tras otro, sentir todas tus versiones en una especie de maratón psicológica, acompañándote junto al mar.

Foto cortesía de @xavidiazg (Instagram)


Corro contra mí, y a la vez conmigo mismo.

Cuando uno corre, es muy importante seguir el ritmo de la respiración, muchísimo más que el movimiento de las piernas en sí. En mis largas carreras junto al mar, rodeado de familias paseando, ciclistas, palmeras agitándose, en definitiva, multitud de actores que intentan distraerme, a veces me resulta complicado no escucharles ni verles, y no dejar que alteren el ritmo de mi respiración. Es por eso que correr te ayuda a mantener la concentración, a no dejar que las cosas que no son importantes en la vida te distraigan de tu camino, a marcarte una meta y jamás renunciar a ella.

El momento final es quizá el mejor, cuando acabas exhausto, cuando la respiración -especialmente los duros días de invierno- te marca tu límite físico, cuando el aire recorre tus pulmones y tú ya no respiras, y sientes cierto tipo de dolor físico, de intenso cansancio, y notas cómo tu cuerpo habla y te pide parar. 

Y es precisamente en esos momentos cuando me siento más vivo que nunca. Porque ser consciente de tus propios límites te ayuda a identificarte como ser humano.

1 comentario:

Javier Diaz dijo...

Me parece magnificamente expresado lo que es correr, y sobre todo, lo que significa correr.
No mirar al final, sino al siguiente paso.
Llevo dos meses sin correr ni ir al gimnasio, por una lesión y por temas de trabajo, hasta que hoy he vuelto, y me subía por las paredes.
Prometo volver a correr esta semana!
Muchas gracias por usar mi foto!