miércoles, 23 de febrero de 2011

Oscuridad


Una mañana despertarás con una extraña sensación. 

Descubrirás que tu cama se mueve, se balancea ligeramente. Al principio te marearás, te sentirás desorientado. Abrirás los ojos para descubrir la oscuridad. No te asustará, por supuesto. No sólo estarás desde hace siglos acostumbrado a ella, sino que a ti te gustará, te reconfortará, porque de la oscuridad nace todo. La oscuridad no es un sumidero, porque la oscuridad representa cualquier cosa. La luz ciega, hace daño, mientras que la oscuridad te envuelve... pero sólo si ella quiere, tú no mandas sobre ella, es ella la que decide. Y si ella te rodea, nunca lo hace de manera agresiva, siempre lo hace seduciendo sutilmente. La luz dibuja contornos, formas, colores. Su discurso es claro y objetivo, es lo que es, no hay más. La oscuridad es ambigua, llena de interpretaciones, de sabores, de recuerdos. Los que tú quieras.

La luz es el cuadro. La oscuridad es el lienzo.

No podemos cambiar lo que vemos, pero sí que podemos cambiar lo que todavía no vemos. O al menos intentarlo. A veces pienso que la palabra intento debería ser, en determinados contextos, sinónimo de imaginación. O de ilusión. O de amor.

La oscuridad es una niebla con personalidad propia. Y tú entonces serás como el ciego, que se siente seguro en la oscuridad, porque se acostumbrará a ella, porque no le quedará más remedio, y hasta le sacará partido. Aunque en tu caso no será por obligación, sino por una mezcla de juego y consentimiento. Ya me contarás otro día qué pacto hiciste con (o contra) la oscuridad.

Entonces, todavía tumbado en tu extraña cama, extenderás la mano hacia ella, hacia la oscuridad. Te gustaría acariciarla despacio, pero no lo conseguirás. Porque en cuanto muevas tu mano hacia el techo, chocará contra algo extraño, frío y duro, que en principio no reconocerás. Lo palparás, tendrá el rotundo tacto de la madera, sonará como la madera, olerá a madera. Pensarás que estás encerrado en una especie de ataúd, empujarás asustado la tapa con fuerza y algo de rabia (tú y tu inconformismo), verás que te cuesta abrirla, pero notarás que poco a poco cede lentamente, y que cuando lo logres, de repente un poderoso rayo de luz te cegará...

Porque no estarás en un ataúd, ni habrá tapa alguna que levantar. Será un armario. Estarás en el mismo armario en el que se guardan todos los recuerdos de tu infancia. Un armario que estará flotando abandonado sobre el mar. Fue el balanceo de las olas tu despertador. Y será la puerta del armario la que habrás abierto golpeando al mar con un sonoro chapoteo, muy parecido al de una bofetada. 

Sí, tú flotarás en tu armario sobre el mar. Flotarás como tu mano. Porque será tu mano la que flote, no la mía. Apoyado en el armario, la dejarás caer sobre el mar, pero no toda ella, sólo los dedos. Las olas subirán y bajaran muy levemente durante horas, el mar estará calmadísimo, te lo garantizo, y apenas notarás las variaciones del nivel del agua en tus dedos, pero ahí estarán, créeme. 

Y eso a ti siempre te ha gustado, estoy seguro.

Entonces mirarás al horizonte, cerrarás los ojos para recuperar la oscuridad y te dejarás llevar, navegando en tu armario sobre el infinito. 

Y sin saber por qué, serás feliz cuando llegue la noche. Porque los colores previos del ocaso son majestuosos, soberbios, continuamente dicen "estoy aquí". Pero luego llegará la noche, y la luna se burlará de los colores del día. Porque lo que prometía ser eterno desaparecerá en un instante. Y porque, ¿acaso no tendrá más valor una pequeña fuente de luz en medio de la negrura, que otra inmensa gobernando los cielos durante el día? Verás. Verás como en unos minutos la sangre del ocaso, que juró quedarse para siempre sobre el cielo, se habrá esfumado. Porque habrá llegado ella: la noche, la oscuridad, la negrura. La verdadera Emperatriz del cielo. 

De ese cielo que tanto amas. 

De ese mismo cielo... que yo también amo.

Lo reconozco.



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