Soñé que estaba sentado en una silla, en una habitación de paredes blancas, muy cerca de una ventana, mirando a través de una cortina blanca, adornada con cuadros rojos y azules, una cortina semitransparente que llegaba hasta el suelo. La ventana estaba abierta unos pocos centímetros, y por la rendija se colaba una agitada corriente de aire que jugueteaba con la cortina, coqueteaba con ella, empujándola hacia mí para luego alejarla una y otra vez. Oía la lluvia fuera, golpeando el cristal insistentemente, aporreando la ventana como si decenas de diminutos seres traviesos pidieran entrar a la habitación. Los bailes de la cortina me dejaban ver el cristal de vez en cuando, y observé los verticales recorridos de las gotas, pequeños riachuelos atravesando la superficie de cristal, recolectando gotas de manera caprichosa, ahora por aquí, ahora por allá, para luego seguir en línea recta y de repente desviarse hacia alguna gota que había decidido descansar en un rincón ... Eran como un mapa de secretas autopistas con desvíos y salidas hacia lugares recónditos, alejados de todo, y las diversas gotas que resbalaban era el tráfico, recorriendo el cristal por todas partes.
Soñé que el aroma a tierra mojada se colaba hacia mí desde el exterior, y me hizo cerrar los ojos y recordar tiempos lejanos. Es curioso cómo uno pierde la vista cuando recuerda, como si los ojos miraran hacia dentro, y al recordar algo solemos aislarnos del mundo de dos maneras: o bien nos rodeamos de oscuridad, cerrando los ojos, o bien seguimos con ellos abiertos, pero perdemos la mirada, y aunque nuestros ojos enfoquen un objeto que tenemos delante nuestro, no lo vemos, incluso la visión se nubla parcialmente y las imágenes proyectadas por el cerebro parecen más reales que las que perciben los sentidos. La tierra mojada me hizo recordar cómo olía la madrugada después de una tormenta de verano fuera de la ciudad, hace años, cuando la lluvia era diferente porque podía imaginarme el galope de mil caballos desbocados atravesando el cielo, y cuando las noches también eran diferentes porque miles de estrellas que jamás se veían desde la ciudad poblaban el cielo, y me gustaba pensar que quizá aquella casa alejada de todo y de todos en realidad estaba situada en otro planeta y por eso se veían otras constelaciones, otras galaxias, otros mundos, invisibles desde el agitado ritmo urbano... aunque a veces pienso que quienes entonces eran diferentes no eran ni la lluvia ni las estrellas, sino yo.
Soñé con el silencio tras la lluvia. No es mi intención hablar ahora de los miles de tipos de silencio que existen, pero sí concretamente de ese silencio que aparece, se presenta, conforme va acabando el repiquetear de la lluvia contra todas partes. Es un silencio que yo definiría como amable, porque no se presenta de golpe, sino de manera gradual, pausada, a medida que la lluvia se siente agotada y se marcha poco a poco, incluso de forma educada me atrevería a decir (si pudiera hablar, ese silencio sin duda diría "¿puedo pasar?", con toda la incoherencia que conlleva el que un silencio hable). Si existiera un mundo en el que la lluvia desaparece de golpe y en apenas un segundo se pasara del estrépito a la nada, desde luego no querría vivir en él, porque seguro que sería un mundo donde también el mar rompe su naturaleza, y en lugar de infinitas olas, existe un número limitado de ellas, y la gente viviría angustiada pensando que la ola de mar que está viendo bien puede ser la última y que después sólo habrá una paz artificial, inquietante y fría en un océano que se perfila tan plano como muerto y donde ni el sol quiere esconderse cada atardecer. ¿Puede haber un mundo más terrible que aquel en el que las olas del mar tengan las horas contadas y la lluvia desaparezca de repente?
Soñé con el tacto del agua sobre el césped tras la lluvia, cómo esas gotas se quedan acumuladas en las hojas de las plantas, como dormidas, abandonadas por alguien, sin ganas de nada, como desperdicios, como los trozos de material que desecha un sabio escultor cuando termina su obra, y quedan esparcidos por todas partes. Y de repente esas gotas es como si tomaran conciencia de sí mismas, y resbalan sin que nadie les diga ni haga nada y se pierden de nuevo en la tierra, huyen como si súbitamente se dieran cuenta de que no tienen que estar allí y salieran avergonzadas del escenario tras haber cumplido su papel. Son puntos, esas gotas son como puntos suspensivos, pausas, silencios sobre las hojas, las flores, las plantas, que deja la lluvia sobre el paisaje. Y como casi siempre, esos puntos suspensivos significan "continuará...". La lluvia deja la naturaleza plagada de puntos suspensivos, la lluvia continuará otro día, en el siguiente capítulo, en otro episodio de aparición indeterminada, aunque eso sí, precedida de la desaparición de la luz, del sol... ¿Será que cuando llueve es porque el mundo entero recuerda y como comenté antes, decide cerrar los ojos y por eso la lluvia va asociada a cierta ausencia de luz, como los recuerdos? ¿Qué recuerda la lluvia? ¿O la lluvia es el recuerdo de algún Dios nostálgico? ¿Será que esas gotas muertas, esos puntos suspensivos son los que provocan el silencio tras la lluvia, como si el paisaje fuera un papel sobre el que la tormenta escribió? No lo sé.... sólo sé que mi sueño termina con una mano, extendida hacia mí, que coge la mía y donde puedo notar que esa piel tiene secretamente guardado el ímpetu de la lluvia bajo su epidermis, pues no es sangre la que corre por esas venas, sino un agua pura, fresca y llena de vitalidad.