Desde su cama se preguntó qué pasaría si al correr la cortina de su ventana como cada mañana hacía, se encontrara en otro mundo. La cortina al fin y al cabo es como el telón de un escenario. ¿Y si ese escenario cambiara de repente, sin previo aviso? Quizá necesitaba esa componente de sorpresa en su vida, de indeterminismo, de azar, en una palabra: de ilusión.
A lo mejor el murmullo, pausa, murmullo, pausa que ahora escuchaba desde la cama no era el tráfico dirigido por los semáforos. A lo mejor era el sonido de las olas del mar. A lo mejor al correr la cortina descubría que toda la ciudad había sido mágicamente trasladada al medio del océano, y el nivel del agua llegaba casi hasta la altura de su ventana. Sería una imagen inquietante, descubrir que las olas del mar rompen a escasos metros de donde uno vive, y contemplar cómo las viviendas y bloques de edificios cercanos están vacíos y abandonados. Pensó que a ella siempre le había dado más sensación de soledad una ciudad abandonada que un desierto.
Abriría la puerta de su casa para comprobar que el agua llegaba hasta el descansillo del piso inferior. Le bastaría bajar cuatro o cinco escalones para que sus pies notaran el agua. Quizá el ascensor le llevaría hasta una portería submarina, con los peces viviendo en los buzones, y escucharía ese hermoso y a la vez amenazante silencio que gobierna las profundidades marinas. Sí, sería fantástico volver arriba, abrir la ventana y respirar la brisa marina y el olor a sal y algas, escuchar las gaviotas sobrevolando el bosque de antenas de televisión que puebla la cumbre de cada edificio, y entonces saltar, caer sobre el agua e ir a nado al edificio más cercano, buceando por donde antes sólo había aire y vacío. Se dejaría llevar por las olas y alcanzaría un balcón con ropa tendida, y contemplaría desde allí su casa, como si fuera una isla en medio de la nada, sintiendo cómo el sol le hacía cosquillas en su piel mojada cuando evaporaba cada gota...
Muchacha en la ventana (Dalí, 1925)
Definitivamente podría quedarse un tiempo en aquel sitio, solitario aunque con cierto encanto misterioso, y al mismo tiempo peligroso y condenado a desaparecer en cuanto creciera demasiado la marea. Podría pescar directamente desde su ventana, lanzarse al vacío desde el ático, descansar en una cama que flotara por el mar y dejarse llevar un rato por la corriente. Sería fabuloso echarse una pequeña siesta en una especie de cama-barca bajo el sol, contemplar la antes transitada avenida desde las alturas, y ver los árboles agitándose suavemente bajo el agua. Bucearía y espiaría en cada ventana, se asomaría al interior de otras casas, quizá rebuscaría y cotillearía en álbumes de fotos ajenos que flotaran por ahí, y esperaría la noche subida sobre la estatua ecuestre del héroe local. Contemplaría una puesta de sol desde el campanario, y volvería a casa saltando de tejado en tejado....
Le había gustado tanto esa ensoñación que ahora hasta tenía cierto miedo de levantarse y correr la cortina... Y no lo hizo, porque, poco a poco, sin darse cuenta, se había quedado dormida de nuevo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario