Pasa el tiempo y uno siente que lo mejor de sí mismo cuando era adolescente todavía lo conserva, exactamente igual, pero sepultado por capas y capas de experiencias que no han hecho sino que nos reafirmemos...
Y lo peor de sí mismo todavía está ahí, y no sólo eso, sino que coincide precisamente con lo mejor, y esa coincidencia a veces nos produce un terror paralizante, que curiosamente a su vez es similar a un miedo infantil... pero otras veces da una increíble seguridad, que apacigua y reconforta... es como mirar al mar, a veces te asusta, a veces te calma...
El mar... siempre el mar... ¿Por qué? Porque en días como éste y en noches como aquella, uno quisiera sumergirse, ser sepultado por el agua, y que una sirena de largos cabellos le abrazara, y suplicarle con la mirada: "Llévame contigo hasta lo más hondo, lejos de la superficie, donde nadie me pueda alcanzar... dame sólo tu abrazo, que el agua invada mis entrañas y me impida respirar, y que no sepas si aprieto con mis dedos tu espalda porque te quiero, porque te suplico la vida, o porque me estoy ahogando y entonces me invade la muerte".
Y cuando uno alcanza ese fondo marino, duerme eternamente abrazado a ella... en ese tipo de abrazo, tan necesario, que se produce cuando alguien que te ve te está mirando a ti directamente, no a una imagen de otra persona proyectada en ti, ni -peor aún- a una imagen de sí mismo proyectada en ti, ni -¡más terrible aún!- a un complemento de sí mismo, una fría y mecánica pieza (externa) necesaria para sentirse mejor (internamente).
Escribo estas líneas junto a un espejo. De vez en cuando me miro en él, y contemplo mi mirada, fría e inquisidora. Enfrente mío está el papel, que es otra suerte de espejo, y detrás mío, mi propia sombra, el antiespejo. Somos cuatro: mi reflejo, mi espíritu, mi sombra, yo.... los tres primeros alrededor mío... y pese a ser cuatro, la imagen mental que tengo de esta escena, la pintura que sin pedirla ni invocarla ha venido a mi mente, colándose rapidísimamente, es la de las Tres Gracias que aparecen danzando en "La Primavera", de Botticelli...
Las Tres Gracias…en perfecto círculo, en equilibrado contraste... una pareja de manos alzada por encima de sus cabezas, como brindando con un néctar invisible…otra pareja de manos bajada tras sus espaldas, como apartando o desechando el pasado... y una tercera entre las dos, balanceando las posiciones… miradas elevadas, miradas tensas, miradas perdidas... ¿celebran algo o se protegen de algún peligro? ¿Danzan alegres o se pelean furiosas?
Servidoras de Venus, las Tres Gracias, dedicadas a una graciosa danza, están representadas como tres jóvenes casi desnudas y luciendo peinados elaborados diversos. El cabello suelto sólo podían llevarlo las jóvenes solteras. Se las ha llamado Gracias porque de esa forma, danzando en corro, se las representó en el arte grecorromano. Como otros de los personajes del cuadro, las Gracias parecen ser retratos de personas existentes en la época y conocidas del pintor: por ejemplo, la Gracia de la derecha es Caterina Sforza, que Botticelli retrató como Santa Catalina de Alejandría (siempre de perfil) en el cuadro conservado en el Museo Lindenau de Altenburg (Alemania). La del medio debe ser Semiramide Appiani, mujer de Lorenzo il Popolano, el cual a su vez estaría representado como Mercurio, hacia el que mira Semiramide. La de la izquierda sería Simonetta Vespucci, prototipo de belleza botticelliana.
La hipótesis más acreditada referente a las tres jóvenes que bailan es que la de la izquierda, de cabellos rebeldes, es la Voluptuosidad (Voluptas), la central, de mirada melancólica y de actitud introvertida, es la Castidad (Castitas), y la de la derecha, con un collar que sostiene un elegante y precioso colgante, y un velo sutil que le cubre los cabellos, es la Belleza (Pulchritudo).
Pero ellas eran tres, y aquí somos cuatro... ¿quién sobra, pues? ¿Sobra el reflejo de uno mismo, nuestra proyección, la imagen que los demás tienen de uno? ¿Sobra el espíritu, el arma más valiosa, el verdadero ser, que curiosamente siempre acaba uno encontrándolo jugando fuera de uno mismo? ¿Sobra la sombra, el extraño motor de la vida, esa parte oscura de la que uno huye sin parar, y que sin embargo muchas veces nos hace reaccionar y no nos deja consumirnos? ¿Sobra uno mismo? A lo mejor hay un cuarto personaje en medio del corro, invisible, y ese cuarto elemento es precisamente uno mismo... ¿Bailan alrededor de uno o le encierran en el círculo? ¿Le atacan o le están protegiendo? ¿Estrechan el círculo o lo amplían?
Sigo leyendo acerca del cuadro...
En los siglos XVII y XVIII se le llamó "El jardín de las Hespérides", creyendo que se representaba dicho lugar, con la manzana de oro, y pudiendo ser las tres jóvenes que bailan las hijas del gigante Atlas, que vigila el jardín... Otras interpretaciones identifican la figura de la ropa florida como Florentia, nombre clásico de la ciudad de Florencia. En este caso, también las otras figuras serían ciudades ligadas de forma diversa a Florencia, como Milán (Mercurio), Roma (Cupido), Pisa, Nápoles y Génova (las tres Gracias), Venecia y Bolzano (Cloris y Céfiro/Bóreas)... Si por lo tanto Florencia fuera realmente Venus, el personaje de la ropa floreada sería entonces Mayo y representaría a Mantua.
Miro sus manos, la grácil forma de sus brazos, la silueta de las tres figuras entrelazadas... Trazo una línea con mi dedo, recorriendo esas manos y esos brazos unidos unos con otros... Pisa, Nápoles y Génova... vuelvo a recorrer esa forma sin inicio ni final una y otra vez... Voluptas, Castitas y Pulchritudo... esa silueta me resulta familiar... Caterina, Semiramide y Simonetta… esa forma es una letra.... contemplo el resto de la pintura... miro los brazos de las otras figuras...sus expresivos movimientos... sus misteriosas posiciones.... cierro los ojos y visualizo en mi mente sólo las partes de sus cuerpos que se mueven... y entonces empiezo a entender el mensaje....
Skyros.... Esciros... isla griega... una de las Espóradas... donde se halla uno de los diecinueve montes llamados Olimpo que hay repartidos por toda Grecia...
Según la mitología, Skyros fue el refugio de Aquiles, héroe de Troya, cuya madre, Tetis, lo escondió allí vestido de mujer entre las hijas del rey Licomedes, para evitar su marcha a Troya. Se dice también que en este lugar murió el rey de Atenas, Teseo. Skyros en su mitad se convierte en un estrecho istmo que divide la isla en dos, la norte, más poblada y frondosa, y la sur, montañosa y árida. Destaca por la arquitectura tradicional, su rica tradición folklórica y la gran alternancia de paisajes, de grandes playas arenosas, rocas escarpadas, calas pintorescas, cuevas marinas con aguas cristalinas, una naturaleza exuberante y localidades históricas.
Quizá todos somos como Skyros, mitad alegres, mitad tristes… Siempre rodeados por los brazos del mar… Y sobre la arena bailan las Tres Gracias entrelazadas, más una cuarta figura invisible, pero tan real como las demás... quizá el cuarto es uno mismo escapándose del abrazo de esa sirena que nos ayuda a morir para estar vivos, y nos empuja en el último momento hacia la superficie, para aparecer desnudo junto a las costas de Skyros…
El miedo a veces nos asusta simplemente por su posibilidad, o por tendencia, no porque suceda algo real. Es en esos casos cuando se actúa con una fuerza especial, por prevención, para que algo imaginado no suceda, porque está en nuestras manos evitarlo. Es necesario compensar la siempre vaga y lejana idea de la muerte con el nunca suficientemente valorado hecho de estar vivos. Y es la incertidumbre y la confusión quienes precisamente aportan, al menos inicialmente, más claridad, más firmeza en la acción, el valor de respirar una y otra vez automáticamente, durante siglos si es preciso.
El miedo es un espejo, un espíritu y una sombra, todo a la vez, que nos envuelve en su narcótico baile y nos transporta a una lejana isla perdida, de la que únicamente podremos escapar con la ayuda de una misteriosa sirena...
1 comentario:
Lo que falla son los espejos. Mienten tanto, los espejos. O tal vez sean nuestros ojos, que muestran sólo lo que queremos ver. Incluso, los ojos, como espejos del alma, muchas veces nos engañan. Por no hablar de tenerle miedo a los espejos. Nunca sabemos lo que podemos encontrar.
Me encanta la mitología griega, y me habría encantado vivir en la Grecia antigua. Ser algo así como Apolo y Dioniso junto. El desequilibrio en sí. Y el Mar, donde mirarnos. El poder del Mar.
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